domingo, 25 de enero de 2009

Momias no sólo egipcias

Después de más de 85 años después de su descubrimiento, ya no habrá que ser un científico privilegiado para poder ver el rostro de Tutankamon. Sólo habrá que ser un privilegiado para ir hasta Luxor y verlo dentro de su nueva urna que lo protegerá de los daños externos.

Noticias de este tipo me hacen recordar que tengo un montón de conocimientos por profundizar. Desde siempre me han atraído las momias, y cualquier prueba orgánica de un pasado desconocido, ya sea humano o de cualquier otro animal. El concepto de muerte se diluye para quedarse fascinado frente a estas momias que tanto parecen que quieren decir desde su silencio.

Al pensar en momia, lo primero que nos viene a la cabeza es la egipcia, preparada y embalsamada para su viaje al más allá, pero no hay que olvidar que existen las momias naturales (más espectacularse si cabe) y que son igualmente famosas las momias tibetanas o incas (¿quién no recuerda la de Rascar Capac en las aventuras de Tintín, inspirada en una momia real peruana?).

Algunas momias famosas no egipcias, normalmente por su buen estado de conservación:


Ötzi, el hombre del hielo: es la momia humana natural más antigua conocida. Pertenece a los restos de un habitante de los Alpes italianos de la edad de Bronce (5300 años de antigüedad). Gracias a su descubrimiento se ha obtenido valiosa información sobre el periodo en que vivió.



Momia Juanita, Dama de Ampato o la Dama de Hielo: perteneció a una niña de aproximadamente 14 años de edad, que murió entre 1440 y 1450. Fue integrante del Imperio Inca y escogida para ser sacrificada y ofrecida al volcán Sabancaya, para que las erupciones cesaran.




Momias de Guanajuato
: Guanajuato (México) es el lugar en el que existen más momias naturales en todo el mundo. La clave está en las criptas arcillosas o calizas y el medio ambiente húmedo. Los cuerpos se deshidratan y así no son atacados por los organismos descomponedores. La momia de la foto es la más pequeña del mundo, perteneciente a un feto. Fue encontrada en brazos de su madre, que se exhibe en el mismo museo (ver enlace del título).




Momias de Llullaillaco
: se trata de tres momias de niños incas (15,7 y 6 años), que igual que Juanita, fueron sacrificados a los dioses. Su antigüedad es de unos 500 años.




Momias guanches: los antiguos habitantes de las Islas Canarias momificaban a sus difuntos con varias capas de piel curtida. Estas envolturas, además de hacerse con fines religiosos y para proteger el cadáver, también señalaban la identidad y rango del fallecido.




Momias inuit: son las momias esquimales de Qilakitsoq (Groenlandia), de más de 600 años de antigüedad. La de la foto pertenece a un bebé que estaba enterrado junto a otro y seis mujeres. El viento seco y las bajas temperaturas permitieron su perfecta momificación.


Momias Chinchorro
: antes de egipcios e incas, hacia el 5.000 a.C, los pescadores Chinchorro de la costa del desierto de Atacama (Chile) ya practicaban la momificación. Según la técnica, obtenían momias negras, rojas y vendadas.

De la misma zona y antigüedad, es también la llamada Miss Chile, aunque ella sufrió un proceso de momificación natural, debido a la salinidad del suelo del desierto y a las altas temperaturas. Conserva hasta las pestañas y es una de mis favoritas.





Hombre de Cherchen
(momias de Taklamakan): es una de las momias de 4.000 años de antigüedad halladas en esta zona de China, pero de rasgos europeos:1,80 de estatura, pómulos y nariz angulosos, pelo castaño pelirrojo. Esto provocó y sigue provocando tensiones nacionalistas sobre el origen de los pueblos asiáticos. La momia fue encontrada junto con las de tres mujeres y un bebé, enterrado junto con el biberón más antiguo que se conoce.



Lady Dai: presume de ser la momia mejor conservada del mundo. Su origen es China, de donde se dice, visto lo visto, que sabían conservar mejor los cuerpos que los mismísimos egipcios. Perteneció a la Dinastía Han (178-145 a.C.) y fue de familia acomodada. Su aspecto es el de un cadáver "reciente": piel elástica, sangre en las venas y sus órganos intactos. ¿Fue la tumba donde estaba? ¿El extraño líquido donde está sumergida? Los científicos todavía no han podido asegurar porqué se ha conservado tan bien.

Humano: has sido seleccionado

La realidad de este mundo está hecha de objetos y de sucesos. Los objetos ocupan el espacio con materia, y los sucesos el tiempo con cambios. Toda la materia, unos dos billones y medio de trillones de cuatrillones de kilos, se distribuye en objetos cuyas propiedades evolucionan con el tiempo. Una galaxia, un árbol y una catedral son objetos que aparecen, se transforman y desaparecen. En el principio de los tiempos, la materia del Universo se desparramaba en una especie de sopa de quarks. Cada objeto actual tiene una particular evolución que arranca de aquella lejana fecha. Desde entonces han ocurrido tres cosas de auténtica trascendencia. La primera es, desde luego, la creación de la materia. La nada se rebeló contra sí misma y así surgió la materia inerte. Algunos miles de millones de años después, en un rincón del Universo, un pedazo minúsculo de materia inerte se rebeló contra la incertidumbre de su entorno y se complicó lo bastante para ganar independencia. Así surgió la materia viva. Y hace bien pocos millones de años, una parte bien modesta de la materia viva protagonizó la tercera gran rebelión y se complicó aún más hasta lograr anticipar muy altos grados de la incertidumbre. Así emergió la materia inteligente: el ser humano. Podemos imaginar una partición de la historia de nuestro rincón del Universo en tres grandes edades: I) La edad de la materia inerte; II) La edad de la materia viva, cuando solo existía materia inerte y materia viva; y III) La edad de la materia inteligente, en la que coexisten las tres clases de materia y en la que estamos inmersos actualmente. Consideremos ahora la probabilidad de que un objeto de la edad de la materia inerte experimente un cambio. El hecho de que tal cambio ocurra dependerá de un tipo de selección que bien podemos llamar “selección fundamental”, impuesta por leyes tan básicas y universales como la gravitación, la conducción de calor y la propagación de la luz. Un ejemplo de selección fundamental: la gran mayoría de los cuerpos celestes, a partir de cierto tamaño, son esféricos porque la uniformidad e isotropía del espacio (ausencia de posiciones y de direcciones especialmente privilegiadas), y el carácter central de las fuerzas dominantes seleccionan (favorecen) esta forma por encima de cualquier otra alternativa. Los estratos rocosos que asoman en las montañas debido a la erosión suelen aparecer como típicas hileras horizontales de rocas seudocúbicas. Por selección fundamental, se desprenden de cuando en mucho, ruedan ladera abajo, se erosionan, se redondean, pasan al fondo del mar en forma de arena, se comprimen por la presión y millones de años después aparecen de nuevo en forma de roca en lo alto de las montañas…

Somos seres independientes
Consideremos ahora un objeto típico de la materia viva. Para existir, para mantener una identidad viva, no basta con superar el examen de la selección fundamental. Un individuo vivo supera, además, la llamada “selección natural”. Esta idea, debida a Darwin, es probablemente una de las más simples, brillantes y potentes de toda la historia de la ciencia. Un ser no vivo sigue mansamente los caprichos de la incertidumbre de su entorno. La temperatura de una piedra varía, con mayor o menor inercia, al compás de las fluctuaciones de la temperatura ambiental. Un individuo vivo, en cambio, tiende a mantener su identidad independiente de tales caprichos y oscilaciones. La temperatura de un ratón fluctúa mucho menos que la temperatura de su ambiente. En el mundo de lo vivo, la selección natural acentúa la presencia de ciertas propiedades y, atención, introduce un concepto nuevo en la historia del Universo: la función. En efecto, solo por pasar el filtro darwiniano de la selección natural, una innovación queda adornada con una función, que no es sino el detalle por el cual el individuo mejora su disposición para defender su independencia. Un objeto muy frecuente del mundo vivo es el huevo. Todos los animales, todos, descienden de esta prestigiosa célula. La selección fundamental, en la incertidumbre ambiental y de las condiciones de isotropía de las aguas del Cámbrico, favoreció la forma esférica. La esfera triunfó espectacularmente como una buena forma para el concepto huevo. La selección fundamental es generosa con la esfera, de modo que la selección natural no tuvo más que firmar esta forma espontánea, que ya de por sí era razonablemente frecuente. Cada golpe de cincel de la selección natural distorsiona, pues, una o varias propiedades de los objetos vivos. En ocasiones, un cambio en la incertidumbre ambiental descubre una función oculta en una novedad seleccionada naturalmente por otra novedad bien distinta. Es el caso del concepto “pluma”, que emerge con la función de proteger térmicamente y que, millones de años después, resulta que se consolida con otra tanto o más trascendente: la capacidad de volar. Un golpe de selección puede proveer de más de una función. Pero también es importante comentar que la misma función puede asomar en la evolución como consecuencia de dos golpes de selección bien diferentes. Las plumas no son imprescindibles para volar, como bien saben los murciélagos, ciertos insectos, ciertas semillas… Incluso es posible que la selección natural apruebe soluciones similares en objetos bien diferentes para resolver incertidumbres parecidas (convergencia). Es el caso de la forma de los delfines (mamíferos) y la de los atunes (peces). O el ojo del tipo del pulpo (molusco), una estructura reinventada (reseleccionada) decenas de veces a lo largo de la evolución en géneros muy distantes de animales. En todo caso, una cosa está clara: la inseparable relación entre dos conceptos, el de función y el de algún tipo de selección no fundamental.

El efecto de la inteligencia

La roca caerá. Y no por efecto de los rezos de los monjes budistas que peregrinan a Golden Rock (roca dorada), en la cumbre del Monte Kyaiktiyo, en Birmania (Myanmar). Las fuerzas de la naturaleza hicieron que se redondeara, que hoy se asome al abismo, y que algún día se desprenda y acabe en el valle. La roca sufre el efecto de la

De hecho, el concepto función depende de dos tipos de selección. La primera es la que acabamos de comentar, la selección natural. La segunda se adivina sin más que añadir un ejemplo a la lista de las raras maneras de volar sin plumas: la de la recentísima industria aeronáutica. Es la que falta para abordar la primera gran clasificación de los objetos del gran catálogo del mundo. Es la selección cultural.
La selección fundamental actúa nada más existir la materia inerte y las leyes fundamentales de la naturaleza, la selección natural inmediatamente después de que de ella surgió el primer ser vivo, y finalmente, la tercera y última clase de selección, la selección cultural, justo después de que cierto ser vivo accedió a un nivel de inteligencia capaz de anticiparse a su incertidumbre mediante el conocimiento abstracto.
Antes de la materia viva, solo se veía volar objetos más densos que el aire si estos eran muy ligeros, como partículas de ceniza o de polvo. Una piedra rebotada de una avalancha o un meteorito procedente del cosmos son sucesos nada frecuentes en términos de su tiempo de ocurrencia. La selección natural distorsionó definitivamente esta posibilidad, y el cielo se vio más tarde surcado por insectos, reptiles y pájaros bastante más pesados. Fue un logro de la selección natural. Pero, desde luego, nada comparado con la posibilidad de contemplar un Boeing 747 atravesando el Atlántico a diez mil metros de altura en la edad de la materia inteligente que vivimos ahora. Todas las piezas de este artefacto y su compleja relación mutua son el prodigioso resultado de la selección cultural. Con ella emergen nuevos conceptos. Son ideas como proyecto, diseño, plan, intención, teleología… Quizá se pueda acuñar esta máxima: crear es seleccionar… ¿qué, si no? Es lo que hace un jugador de ajedrez cuando mueve una pieza, es lo que hace un poeta cuando escribe, es lo que hace un escultor cuando esculpe… ¡y es lo que hace un científico cuando hace ciencia! Aquí se cierra un interesante círculo virtuoso. Comprender también es seleccionar. De hecho, si no existiera algún tipo de selección, todos los objetos y todos los sucesos serían igualmente probables. En tal caso, no habría nada que comprender. Pero una selección es un instrumento para romper equiprobabilidades. En general, al científico, se le despierta el olfato cuando se da cuenta de que algo se aparta de la equiprobabilidad, cuando percibe que algo se repite en la naturaleza, cuando observa cosas comunes en objetos o fenómenos diferentes. Entonces, anuncia una nueva comprensión científica, decimos que existe una ley, un conocimiento, una inteligibilidad…

La función de la cola del elefante
Démonos ahora una vuelta por lo vivo, una selva tropical por ejemplo, y echemos también un vistazo a un espacio habitado por lo inteligente, digamos una ciudad. Una primera ojeada nos convence de que, en efecto, las probabilidades de emergencia se han distorsionado. Ahora constatamos (si seguimos atendiendo a la forma de los objetos) que en los nuevos paisajes elegidos, en la selva y en la ciudad, la distribución de formas se ha alejado aún más de la uniformidad. Ciertos objetos con forma de hélice, por ejemplo, son mucho más frecuentes en una selva que en otros ambientes. Y aunque en principio no tenía por qué ser así, las hélices aún se prodigan con mayor insistencia en un ambiente urbano. Basta un sencillo experimento mental: si eliminamos de un plumazo todas las trepadoras, zarcillos, colas, trompas… (hélices vivas) de una selva, esta se vendrá abajo con estrépito. Y con no menos estrépito se derrumbará una ciudad si la privamos de repente de todos los tornillos, cables y cuerdas previstos en sus múltiples estructuras (hélices inteligentes). Cuando un objeto aprueba el examen de una selección natural o cultural, gana algo que promociona su probabilidad de permanencia: gana función. La presencia de la hélice en la realidad se comprende por su función de agarrar; después está la esfera, que protege. El hexágono pavimenta, la espiral empaqueta, la parábola emite y recibe, la onda desplaza, la punta penetra, la catenaria aguanta, los fractales intiman el espacio con continuidad…Así se puede trazar una panorámica de la realidad y de nuestra voluntad para comprenderla. La selección natural es un logro de la selección fundamental, y la selección cultural un logro de la selección natural. Superar selecciones fundamentales significa estabilidad, opciones para permanecer en la realidad. Superar selecciones naturales significa adaptabilidad, funciones, opciones para seguir vivo. E inventar selecciones culturales significa crear conocimiento, opciones para aumentar la independencia respecto de la incertidumbre. La selección natural de Darwin no es, pues, una feliz seta aislada en el bosque del conocimiento, sino uno de los tres pilares de todo un esquema conceptual sobre el proceso de cambio en la realidad de la que somos parte.

Huevo, pluma o tornillo: formas perfectas. El huevo

En la foto pequeña podemos ver un óvulo con espermatozoides

Las bondades de la esfera
Representa el mayor volumen con la mínima superficie en contacto con el exterior, lo que permite preservar el calor mejor que cualquier otra forma.
Los huevos esféricos pierden lentamente el calor que se produce en su interior (en realidad, la gallina cuando incuba hace de manta, es decir, evita que el huevo se enfríe; pero no lo calienta, el calor fluye del huevo hacia la gallina, o sea, ¡es el huevo el que calienta a la gallina!). La forma esférica también dificulta un ataque a mordiscos por unas fauces cuyo diámetro no sea mucho mayor que el de la esfera. Así, las esferas vivas protegen como mínimo contra el enfriamiento y la depredación. Proteger, he aquí la presunta función de ciertas esferas de ciertos objetos vivos en ciertos ambientes.

Huevo, pluma o tornillo: formas perfectas: Pluma

Lo importante es despegar
Y no importa cómo. La pluma de los pájaros cumplía la función prioritaria de calentar el cuerpo, y además se reveló como una forma perfecta para permitir el vuelo. Pero no son imprescindibles las plumas para despegar; y si no, que se lo pregunten a los murciélagos. Una capacidad tan extraordinaria fue tenazmente perseguida por el ser humano. La selección cultural permitió encontrar la manera de imitar a pájaros y murciélagos, aunque por caminos distintos.

Huevo, pluma o tornillo: formas perfectas. Tornillo


Para trepar y agarrar
La hélice es una forma frecuente, y frecuentemente favorecida por su función de anclaje seguro y fuerte. Un remolino de agua y un tornado son hélices espontáneas, no tienen función. Sí la tiene un zarcillo, una semilla con un refinado mecanismo que la hace caer en hélice cuando se desprende y una trepadora que busca la luz en la selva. El trenzado de una cuerda, o un simple tornillo, comparten la función de agarrar. Hélices seleccionadas por el ser humano.

sábado, 24 de enero de 2009

El viaje que cambió nuestras vidas

Darwin en Galápagos: “En mi excursión tropecé con dos grandes tortugas... Me entretuve muchas veces en alcanzar a uno de estos monstruos. A menudo también me puse de pie sobre su espaldar, y dando algunos golpes en la parte posterior del mismo lograba que se levantara y emprendiera la marcha; pero me fue difícil conservar el equilibrio…”

Hubo un tiempo en que el mundo era inmenso y estaba aún por descubrir. Había lugares que no se sabía cómo eran, ni quién vivía en ellos. Grandes extensiones del planeta aparecían en blanco en los mapas, o tenían contornos difusos. En consecuencia, las naciones adelantadas (incluida la nuestra) organizaban expediciones para conocerlas. Los aventureros que hicieron esos viajes nos parecen hoy cargados de prestigio, y los libros que escribieron son joyas de la literatura geográfica. Pero esos sabios venerados eran muchachos, casi críos, cuando vivieron sus correrías científicas. No ocupaban, muchos de ellos, la posición de profesores, sino la de alumnos. Charles Darwin, el anciano de barbas blancas que todos tenemos en la cabeza, solo tenía veintitrés años cuando se embarcó en el navío Beagle para dar la vuelta al mundo. Acababa de terminar sus estudios en la Universidad de Cambridge. Hoy en día sería un becario. Pero es que Fitz Roy, el capitán que mandaba el barco, solamente tenía veintiséis años.
El Beagle era un buque de guerra, originalmente un brig de la clase Cherokee, un “bergantín ataúd” –como motejaban los marinos a los barcos de esa serie por su propensión a volcar– que fue modificado para convertirse en un bricbarca (añadiéndole una mesana, con cangreja en lugar de verga de cruz). Solo portaba seis cañones, porque su misión no era de guerra. Más bien deberíamos considerarlo un barco oceanográfico; su tarea principal consistía en cartografiar las costas de la Tierra de Fuego. El Beagle era una especie de nave nodriza, una base flotante, desde la que se enviaban botes a hacer los trabajos de medición. A bordo viajaban, de vuelta a casa, tres fueguinos (nativos de Tierra de Fuego) “recogidos” en una expedición previa.
Las condiciones de trabajo eran muy difíciles allá abajo, con mal tiempo y pésima mar. El capitán anterior, Stokes, se había pegado un tiro en la cabeza para ahorrarse fatigas. Fueron cinco años duros, con pocas comodidades y trabajo muy intenso. Para colmo, el joven naturalista se mareaba todo el tiempo cuando estaba embarcado. Por eso, y porque en el mar había poco que estudiar, Darwin pasó tres de los cinco años en tierra firme. Cuando el barco atracaba, él se iba por su cuenta.

Pisar tierras españolas

Un velero bergantín… Tenía 30 m de eslora, 8 m de manga y 4 m de calado. 75 personas recorrieron el mundo a bordo. El equipaje de Charles Darwin: 12 camisas, 1 par de zapatos livianos, 1 par de chinelas, 1 microscopio, 1 brújula simple, 1 compás geológico. 2 pistolas, 1 rifle con piezas de repuesto, 3 libros de idioma castellano, otros 14 libros, 1 caja de lápices y 3 barómetros de montaña.

A la vuelta escribió un relato de todo lo que había visto y de todo lo que le había pasado. Ese libro es una delicia que está llena de observaciones y reflexiones, especialmente de Sudamérica, donde transcurrió la mayor parte del viaje. Aparecen muchos tipos humanos y una gran diversidad de paisajes.
Aunque no hubiera escrito El origen de las especies, Darwin habría pasado a la historia de la literatura de viajes por su diario, que recibió una espléndida acogida. Es difícil reseñar grandes hitos de la travesía, porque todo lo que en ella ocurrió es importante. Pero me gustaría destacar en primer lugar su “casi” visita a la isla de Tenerife.
En su detallado diario de a bordo (Diario de un naturalista alrededor del mundo, que ahora reedita íntegro Espasa), Darwin explica por qué no desembarcaron: “El 6 de enero (1831) llegamos a Tenerife, pero se nos prohibió desembarcar por temor de que lleváramos el cólera; a la mañana siguiente vimos salir el Sol tras el escarpado perfil de la isla de Gran Canaria e iluminar súbitamente el pico de Tenerife, en tanto las regiones más bajas aparecían veladas en nubes aborregadas...” Pero aquel era solo el comienzo del largo viaje en el que quizá el tramo más arduo fue el que llevó a parte de la tripulación a remontar el desconocido río Santa Cruz, en Argentina.

Resistir a los indios
El Beagle había anclado dentro de la desembocadura el 13 de abril de 1834; por entonces, apenas se sabía nada de este gran río argentino. Darwin relata así cómo se organizaron: “Partieron tres botes balleneros con provisiones para tres semanas, y los expedicionarios éramos 25, número suficiente para resistir cualquier partida hostil de indios. Claro es que contra una corriente tan violenta resultaba del todo imposible remar o utilizar las velas; en consecuencia, hubo de recurrirse al artificio de atar los tres botes, uno tras otro, proa con proa, dejando dos hombres en cada uno, mientras los restantes saltaron a tierra para sirgar...” Tuvieron que dar la vuelta antes de llegar a los grandes lagos de glaciares y ver el Perito Moreno: “El capitán Fitz Roy resolvió no llevar los botes más arriba. El río tenía un curso tortuoso y muy rápido, y el aspecto del país no convidaba a seguir adelante. Además de la pérdida inútil del tiempo que nos habría costado el intento de seguir remontando el río, llevábamos ya algunos días a media ración de pan… Todos menos yo venían descontentos, pero a mí aquella navegación río arriba me dio a conocer una sección interesantísima de la gran formación terciaria de Patagonia”, relata Darwin.
Tierra de Fuego era el destino oficial del Beagle, ya que iban a cartografiar sus costas y a bordo del barco viajaban, de vuelta a casa, tres fueguinos que habían sido “recogidos” en un viaje anterior. El capitán Fitz Roy se había apoderado de unos cuantos “naturales”, reteniéndolos como rehenes por la pérdida de un bote que habían robado (entre ellos había un niño que Fitz Roy compró, según relata Darwin, por un botón de nácar). Les enseñaron inglés, modales británicos y a dos de ellos les bautizaron como York y Jemmy. La tercera, una muchacha, se llamaba Fuegia Basket.

El mundo virgen de Galápagos

Nativos. El de la imagen, es un aborigen australiano. Darwin detalla numerosos pueblos indigenas. En Australia se sorprende con sus danzas rituales. Abajo, la que es probablemente su ilustración más famosa, en la que muestra la diferencia en los picos de los Geospizas, diferentes según la isla del archipiélago de Galápagos que poblaban.

Pero el epicentro del viaje del Beagle está en las islas Galápagos. Aquí, y a lo largo del mes que duró su estancia en el archipiélago, Darwin reunió suficientes datos para elaborar su importante Teoría de la Evolución. En Galápagos no deja de sorprenderse con lo que encuentra: “La Historia Natural de estas islas es curiosísima y merece especial atención. La mayor parte de los seres que en ella viven son aborígenes y no se encuentran en ninguna otra parte; aún hay diferencia notable entre los que habitan en las diversas islas… Me veo movido a creer que, en un período geológicamente moderno, el archipiélago ha estado cubierto por el mar. En tal supuesto, así en lo que se refiere al espacio como al tiempo, me parece acercarnos mejor al gran hecho ­–que es un misterio entre los misterios–: a saber, la primera aparición de nuevos seres en el globo que habitamos”.
Sorprende mucho la actividad y coraje que desplegó el joven Darwin en su recorrido, sobre todo cuando se compara con su vida posterior, del todo sedentaria. Pero en realidad no hay un gran cambio con el Darwin anterior al Beagle, que fue siempre un gran deportista y un adolescente muy inquieto. La ruptura vital se produjo luego, a la vuelta. No se puede decir, sin embargo, que el mundo por el que viajó Darwin permaneciera por aquel entonces aún ignoto y en tinieblas. Él no vivió las épocas de las grandes exploraciones, aunque, obviamente, en sus días quedaba mucho trabajo por hacer. No, no era un mundo por conocer, era un mundo por entender. En eso, en cuanto a la geología y la biología, permanecía aún virgen, porque no había explicaciones para lo que los ojos veían y los libros y mapas ilustraban. Y Darwin, él solo, lo entendió todo. Vaya si lo hizo.

La Peli de Darwin

darwin
El poster anunciaba una historia emocionante digna de Indiana Jones

Aunque el 12 de febrero será el día del segundo bicentenario el nacimiento de Charles Darwin, las celebraciones oficiales (1) han comenzado hoy en Londres, iniciando un largo período en el que no faltarán ni las exposiciones, los homenajes, conferencias y hasta el estreno de una película sobre el ya mítico naturalista, protagonizada por Paul Bettany (el actor casi albino que hacía de Silas en El Código Da Vinci) y Jennifer Connelly.

Pero no está de más recordar que ya existía un largometraje sobre la vida del científico británico, titulado The Darwin adventure (1972), y cuya mayor curiosidad es que estaba protagonizado por Nicholas Clay, un actor de imagen passoliniana al que el público recordará especialmente por habe rinterpretado a Sir Lancelot en Excalibur.

Ignoro si La aventura de Darwin llegó a estrenarse comercialmente en España, pero al menos si que se pasó por televisión. La ví de niño en una de aquellas sesiones de tarde de los sábados en TVE, a finales de los setenta. Pero pocos recuerdos de ella han perdurado en mi memoria con el paso de los años, tan solo la sensación de que era un filme bastante realista, con esa corrección tan típica del cine británico y quizás más propio para un público adulto que para el infantil, más ávido de otro tipo de aventuras, con más caníbales y menos fósiles.

Para quien este interesado en verla, advertirle que es un filme bastante difícil de encontrar hoy en día. Al menos, no tengo noticia de que haya sido editado en nuestro pais ni en vídeo ni en DVD.

10 preguntas que Darwin no sabría contestar, nuestro tercer informe especial

¿Por qué los animales tienen colores?

Para qué utilizan los pavos sus coloridas colas? ¿A qué vienen esos bailes exóticos que realizan los machos de las aves del paraíso, si con ello atraen a los depredadores? Para Darwin existía un equilibrio entre la selección natural (comer y evitar ser comido) y la selección sexual (reproducirse lo más a menudo posible). Gracias al despliegue cromático, el macho debía seducir a las hembras, pero el inglés no podía probar que las aves vieran aquellos colores. Actualmente, cámaras especiales adaptadas y estudios anatómicos de los ojos de diferentes animales demuestran que sí pueden distinguir los colores. Y ven algunos en la gama ultravioleta que nosotros no podemos.

¿Por qué hubo extinciones

Los científicos de la época de Darwin podían señalar los niveles en las rocas donde, por ejemplo, fósiles del Paleozoico, como trilobites, se extinguieron y fueron sustituidos por nuevas formas del Mesozoico. Sabían por ello que las extinciones eran eventos de la naturaleza. Pero desconocían por qué ciertas plantas y animales desaparecían y otros no. Sin embargo, desde alrededor de 1950, los geólogos comenzaron a darse cuenta de que la historia de la Tierra y la historia de la vida no siempre han sido armoniosas y progresivas. De hecho, se pueden señalar cinco o seis extinciones en masa. En ellas, el 50% o más de las especies del planeta desaparecieron. Sin embargo, el poder creativo de la evolución permitió recuperar la vida en las etapas siguientes y reconstruir nuevos ecosistemas.

¿Cuántos años tiene la Tierra?

Cuando el evolucionista inglés barajaba cifras sobre la antigüedad de la Tierra, su calculo iba desde decenas a cientos de millones de años. Al estudiar las rocas no dudaba que habían necesitado muchísimo tiempo para acumularse. De hecho, la tiza que se encuentra cerca de su casa en Kent tiene varios kilómetros de espesor, y sostenía que dicho espesor confirmaba que fueron necesarios 100 millones de años o más para formarse. Pero gran parte de los estudiosos e investigadores de entonces pensaban que eso era una tontería, y que la Tierra solo podía tener diez millones de años. O menos. Claro, que en aquel momento se desconocía que hace 7 millones de años surgió uno de los primeros homínidos en Chad (África): el Sahelanthropus tchadensis. Cuando se dio con él, este hallazgo hizo que la comunidad científica revisara varios de sus postulados. El descubrimiento de la radiactividad en la década de 1890, y su aplicación en la datación de rocas por medio de la comparación de la descomposición de ciertos minerales radiactivos, como el uranio y el argón 40, ha demostrado que nuestro planeta tiene más de 4.500 millones de años de antigüedad. Por lo tanto, el instinto de Darwin estaba en lo correcto.

¿Qué es la herencia?

En el siglo XIX se sabía que de padres pelirrojos nacían hijos pelirrojos, y que los perros dálmatas producían cachorros de la misma raza. Pero se desconocía por qué sucedía esto. La clave llegó al descubrirse que el código genético reside en el núcleo de cada célula: los cromosomas. En 1953 se desveló la estructura del ADN. La biología molecular nació de este descubrimiento, y hoy representa la mitad de todas las investigaciones científicas en el mundo, debido a su influencia en biología, medicina y agricultura. Y su raíz es la teoría de la evolución darwiniana.

¿Cuál es el origen de la vida?

Darwin fue el primero en señalar que todos los organismos vivos, desde las bacterias hasta los seres humanos y desde el musgo hasta los robles, han evolucionado desde un único ancestro común. Pero no sabía cómo probarlo. Desde 1940, muchos fósiles han sido identificados y datados. Los más antiguos tienen 3.500 millones de años, y confirman que toda la vida está relacionada en un gran árbol, en cuya base se encuentra un organismo muy simple.

¿Cómo evolucionaron los ojos?

Para Darwin, nuestros órganos provenían de estructuras simples y llegaron a tener funciones muy complejas. Sus críticos argumentaron que, por ejemplo, un ojo con menos capacidades no es útil. Pero él creía que era preferible un ojo de­fectuoso a ninguno, y se ba­saba en que muchos invertebrados marinos ven en blanco y negro, pero es suficiente para ellos. Otros solo captan la luz, como los gusanos. Únicamente los vertebrados y los cefalópodos tienen un ojo que cambia de tamaño para enfocar. Estudios genéticos han confirmado el argumento de Darwin: el ojo de los vertebrados y el de los invertebrados más simples comparten los mismos genes de desarrollo.

¿Cuantas especies hay en la Tierra?

Darwin no tenía dudas: sabía que la vida en la Tierra es muy diversa. Lo que aún desconocía era el número aproximado de especies que pueblan nuestro planeta. De he­cho, esta observación puso a prueba la fe religiosa que se le había inculcado de pequeño. Afortunadamente, esta no superó a la capacidad de librepensador que heredó de su padre (médico) y de su abuelo, Erasmus Darwin (filósofo que creó La Sociedad Lunar, un grupo de discusión de naturalistas e industrialistas). Así, la explicación religiosa no le bastaba a Darwin. Y cuando hizo el viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle en la década de 1830 descubrió que todas las islas del Océano Pacífico estaban pobladas con diferentes especies de aves, propias de cada isla. Este hecho le llevó a cuestionarse: ¿por qué Dios necesitaría crear tantos miles de especies de aves, muchas de ellas solo presentes en una isla, cuando unos pocos cientos de especies serían suficientes? Darwin calculaba que exis­tían cientos de miles de especies. Hoy, cuando aún se siguen descubriendo nuevas, sabemos que hay millones. Pero cuántas to­davía se discute. Algunos dicen 10 millones, y otros 100 millones.

¿El hombre modifica la evolución?

En aquellos tiempos solo se pensaba que los avances harían la vida más confortable. Pero hoy se comienza a reconocer que muchos procesos industriales perjudican a la Tierra. Gracias a los ordenadores y a una mejor comprensión del clima en el pasado geológico, los científicos son capaces de predecir el futuro y probar que la Tierra es vulnerable. Darwin no se habría sorprendido: él era consciente de que los seres humanos podemos interferir en el equilibrio natural: el resultado de millones de años de evolución.

¿Hay condiciones imposibles para la vida?

Al primer evolucionista también le impresionaron las extraordinariamente difíciles condiciones en las que viven algunas especies. Durante su viaje le llamaron la atención los pingüinos, que sobreviven a orillas de mares helados, así como crustáceos que tienen su hábitat bajo el hielo. Pero Darwin se habría sorprendido más si hubiera conocido la vida de algunos microbios que se han descubierto recientemente y se denominan “extremófilos”. Algunos de ellos viven en fuentes termales donde el agua está hirviendo, otros pasan sus días bajo cientos de metros de hielo antártico, y otros incluso llegan a hacer del ácido sulfúrico concentrado en cuevas oscuras su hogar. El estudio de extremófilos nos da fuertes indicios sobre el origen de la vida en condiciones de ausencia de oxígeno, y acerca de la posibilidad de vida en otros planetas.

¿Por qué los dinosaurios eran tan grandes ?

Según algunos contemporáneos de Darwin, los dinosaurios tenían ese tamaño porque eran más avanzados fisiológicamente y tenían sangre caliente. Los geólogos, por su parte, lo atribuían al clima del Mesozoico: cálido y con abundante alimento. Hoy, gracias a estudios óseos, sabemos que nunca fueron fisiológicamente más avanzados. Su crecimiento se debía a que, si bien na­cían de huevos, como los reptiles, durante su etapa juvenil (5-15 años) crecían a un ritmo más rápido, similar al de los actuales mamíferos.

Adán y Lucy

El segundo de nuestros informes sobre Darwin


Juntos en el paraíso. El Adán que pintó Rubens y la recreación de Lucy, una Australophitecus afarensis del Museo

Es curioso que un hombre que en algún momento de su vida pensó en ser clérigo terminase siendo una de las grandes “bestias negras” de aquellos que creen que las especies que pueblan la Tierra son obra de un Dios todopoderoso; todas las especies, incluyendo la nuestra. Charles Darwin fue ese hombre. Y él mismo explicó, en su luego célebre autobiografía (que compuso en 1876, simplemente para que sus nietos le conociesen mejor) lo que había pensado sobre asuntos religiosos en su juventud. Refiriéndose a los años 1827-1828, escribió allí: “Tras haber pasado dos cursos en Edimburgo, mi padre se percató, o se enteró por mis hermanas, de que no me agradaba la idea de ser médico, así que me propuso hacerme clérigo… Pedí al­gún tiempo para considerarlo, pues, por lo poco que había oído o pensado sobre la materia, sentía escrúpulos acerca de la declaración de mi fe en todos los dogmas de la Iglesia anglicana, aunque, por otra parte, me agradaba la idea de ser cura rural. Por consiguiente, leí con gran atención Pearson on the Creed (Pearson acerca del Credo) y otros libros de teología y, como entonces no dudé lo más mínimo de cada una de las palabras de la Biblia, me convencí inmediatamente de que debía aceptar nuestro credo sin reservas”.

Cayó la Torre de Babel
Gradualmente, sin embargo, llegó a la conclusión de que “no había que dar más crédito al Antiguo Testamento, desde su historia manifiestamente falsa del mun­do, con la torre de Babel, el arco iris como señal, etc., hasta su atribución a Dios de los sentimientos de un tirano vengativo, que a los libros sagrados de los hindúes o a las creencias de cualquier bárbaro”. Pero no renunció expresamente a ser clérigo: “Dicha intención murió de muerte natural cuando, al dejar Cambridge, me uní al Beagle en calidad de naturalista.” Ahora bien, esto no quiere decir que renunciase completamente a las ideas religiosas con las que había crecido, y que tan queridas eran para su esposa, Emma Wedgwood (1808-1896), con quien se casó en 1839. Su reconversión más radical constituyó un proceso largo y sin duda doloroso, ligado al desarrollo de sus ideas científicas, que culminaron en la formulación de la Teoría de la Evolución de las especies mediante selección natural; esto es, en su gran libro de 1859: Sobre el origen de las especies por medio de selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. A la par que juntaba las piezas que compondrían luego su teoría, y de manera más definitiva una vez que la completó, fue modificando sus ideas religiosas. Un pasaje extraído de su autobiografía –que, por cierto, su hijo Francis eliminó al pu­blicarla (todos fueron restituidos en 1958, cuando una nieta suya, Nora Barlow, publicó una nueva edición)– muestran la radicalidad de las ideas a las que llegó.

Dios salió de la selva

El hijo de Darwin censuró algunos pasajes de la biografía del naturalista, por considerarlos demasiado radicales

Flying spaghetti monster se llama esta deidad creada para mofarse de la Teoría del Diseño Inteligente.

Recordando épocas en las que al contemplar, por ejemplo, la grandeza de la selva brasileña, llegaba al “firme convencimiento de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma”, Darwin, ya próxima su muerte, manifestaba: “No concibo que esas convicciones y sentimientos íntimos tengan valor alguno como evidencia de lo que realmente existe. El estado mental que las escenas grandiosas despertaban en mí años atrás, y que estaba íntimamente relacionado con la creencia en Dios, no difería en su esencia de lo que a menudo denominamos sentido de lo sublime; y por difícil que sea explicar el origen de este sentido, mal puede ofrecerse como un argumento a favor de la existencia de Dios; pues no es más que poderosos, aunque indefinidos, sentimientos muy similares a los evocados por la música”. Sin embargo, en El origen de las especies fue precavido, ya que no se atrevió a incluir explícitamente a la especie humana en sus argumentaciones, con la intención de no perturbar los sentimientos de sus lectores. Esto es algo que llevó a cabo con la publicación de otro libro: El origen del hombre, y la selección con relación al sexo, publicado en 1871. En él podemos leer: “La principal conclusión a que llegamos en esta obra, es decir, que el hombre desciende de alguna forma inferiormente organizada, será, según me temo, muy desagradable para muchos. Pero difícilmente habrá la menor duda en reconocer que descendemos de esos bárbaros”.

La confrontación de 1860 en Oxford
De todas maneras, cuáles eran las implicaciones de la teoría darwiniana era algo que estuvo claro desde el principio para casi todos, por lo que no hubo que esperar hasta la aparición de El origen del hombre para que surgieran vehementes críticas. Un ejemplo destacado, y temprano, es el debate público que tuvo lugar el 30 de junio de 1860, durante una de las sesiones de la multitudinaria reunión anual de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. En aquella ocasión se enfrentaron el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, y el biólogo Thomas Henry Huxley, que ha pasado a la historia de la ciencia, junto a sus distinguidas contribuciones a las ciencias naturales, como el campeón en la defensa de la Teoría de la Evolución. El reverendo W. H. Freemantle, que asistió a aquella confrontación, nos dejó una descripción de la discusión, de la que destacó unos párrafos: “El obispo estaba manifestando con retórica exageración que no existía prácticamente ninguna evidencia en favor de Darwin... Y entonces, comenzó a burlarse con estas palabras: ‘Querría preguntar al profesor Huxley, que está sentado a mi lado..., acerca de su creen­cia en que desciende de un mono. ¿Procede esta ascendencia del lado de su abuelo o del de su abuela?’ Y entonces, adoptando un tono más grave, afirmó, en una solemne perorata, que las ideas de Darwin eran contrarias a lo revelado por Dios en las Escrituras”. A esta cuestión, Thomas Henry Huxley respondió con unas palabras memorables: “No sentiría ninguna vergüenza en caso de haber surgido de semejante origen; pero sí que me avergonzaría proceder de alguien que prostituye los dones de la cultura y la elocuencia al servicio de los prejuicios y de la falsedad”. El tiempo, se dice, cura todas las heridas. Y así, y a la vista del éxito explicativo que la teoría de Darwin ha ido obteniendo, cada vez con más intensidad, se podría pensar que las objeciones que, procedentes de las convicciones religiosas, se opusieron inicialmente a ella terminaron por desaparecer, o, como mínimo, por adoptar posturas discretas.

La persistencia del creacionismo
Sin embargo, no ha sido así. Y no solo en cuanto se refiere a las ideas de personas, sino también, en algunos lugares, en el ámbito legislativo. Lugares como en los Estados Unidos. El 21 de marzo de 1925, la asamblea legislativa de Tennessee aprobó la denominada ley que establecía que sería “ilegal para cualquier profesor en cualquiera de las universidades, escuelas normales o cualquier otra escuela pública del Estado... enseñar cualquier teoría que niegue el relato de la creación divina del hombre tal como se enseña en la Biblia, y enseñar, en cambio, que el hombre desciende de un orden animal inferior”. Las consecuencias de la nueva ley no se hicieron esperar: dos meses después de promulgada, un profesor de Instituto en Dayton, John Scopes, fue detenido y acusado de enseñar la teoría darwiniana y llevado a juicio. El juicio, conocido como el “Juicio del Mono”, comenzó el 10 de julio de 1925 y terminó ocupando las primeras páginas de todos los periódicos estadounidenses. Su dimensión político-religiosa se hacía aún más evidente si tenemos en cuenta que representaba a la acusación el político William J. Bryan, quien había dirigido el Departamento de Asuntos Exteriores con el presidente Woodrow Wilson y que fue nombrado tres veces candidato a la presidencia por el Partido Demócrata. Como defensor de Scopes actuó el abogado Clarence Darrow, quien sacó a Bryan al banquillo y le preguntó si creía que el Sol se había detenido en favor de Josué para prolongar el día de la batalla, como se lee en la Biblia. “Acepto la Biblia de manera absoluta”, respondió el político convertido en fiscal. Y entonces, Darrow continuó: “¿Cree usted que en aquellos tiempos el Sol giraba alrededor de la Tierra?” “Sí, lo creo”, respondió Bryan. Por su parte, Darrow resumió sus argumentos de la siguiente manera: “Hoy son los profesores de las escuelas públicas; mañana, los de las privadas. Al día siguiente, los predicadores… Las revistas, los libros, los periódicos. Al cabo de poco tiempo, señoría, el hombre se volverá contra el hombre y un credo contra otro credo, hasta que retrocedamos con banderas desplegadas y a tambor batiente hacia los tiempos gloriosos del siglo XVI, cuando los fanáticos encendían sarmientos para quemar a las personas que osaban llevar a la mente humana algo de inteligencia, ilustración y cultura”. En la sentencia, el profesor Scopes fue declarado culpable y multado con 100 dólares. Sin embargo, el veredicto fue finalmente revocado por un tecnicismo, y las Autoridades de Tennessee no presentaron ningún recurso. Victoriosos en Tennessee, los fundamentalistas contrarios a la idea de evolución presionaron en 1926 y 1927 para que se introdujeran en otros estados leyes antievolución, y lo lograron en Mississippi y Arkansas. No fue hasta 1967 cuando la ley de Tennessee fue revocada, y al año siguiente el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró inconstitucional la ley de Arkansas. Sin embargo, esto no significó el final de los esfuerzos de los creacionistas, que pusieron en marcha una nueva estrategia: reclamar leyes de “Trato Equilibrado”; es decir, que se enseñase en las escuelas el creacionismo de la misma manera que el evolucionismo, como dos teorías comparables. Un momento importante en esta nueva estrategia tuvo lugar más de medio siglo después del juicio de Tennessee, cuando cristianos fundamentalistas de Arkansas presionaron a sus legisladores para que aprobaran la denominada “Ley 590”, en la que se solicitaba el mismo tiempo para las teorías evolucionistas y para el creacionismo bíblico. La ley en cuestión condujo a la celebración de un juicio en Little Rock, entre el 7 y el 16 de diciembre de 1981, en el que se pretendía recusar la nueva ley. El 5 de enero de 1982, el juez falló a favor del demandante, la American Civil Liberties Union. La ciencia de la creación, se estipulaba en la sentencia, no podía considerarse una explicación o teoría científica alternativa. La Ley 590, concluía el juez, era un intento de imponer la religión en una escuela sostenida por el Estado, lo que constituía una violación de la Primera Enmienda de la Constitución Federal. Diecisiete años después de esta sentencia, en 1999, el Consejo Escolar de Kansas tomó la postura más radical: aprobó eliminar la evolución, así como la teoría del Big Bang, de los programas científicos del Estado. No se prohibía su enseñanza, pero sí que el tema se incluyese en los exámenes que se realizaran en todo el Estado. Asimismo, en octubre y noviembre de 2004, la Junta de Directores de Escuela del Área de Dover (Pensilvania) aprobó una serie de normas que pretendían colocar al mismo nivel la idea de que alguien –un Dios– debió de diseñar la vida (y en particular la humana) al mismo nivel que el evolucionismo científico. En lugar de “creacionismo”, ahora se hablaba de “diseño inteligente”.

Los huecos en blanco

Una vez más, intervino el sistema judicial estadounidense. El 20 de diciembre de 2005, la Corte del Distrito Medio de Pensilvania anuló los acuerdos de la Junta de Directores del Área de Dover. Merece la pena citar algo de la sentencia: “Sin duda, la Teoría de la Evolución de Darwin es imperfecta. Sin embargo, el hecho de que una teoría científica no pueda suministrar una explicación de todas las cuestiones no debería utilizarse como un pretexto para promover en las clases de ciencias una hipótesis alternativa, basada en la religión, que no se puede comprobar, o para minusvalorar proposiciones científicas bien establecidas”.
De hecho, el propio Darwin se había ocupado previamente de argumentar en contra del diseño inteligente. Lo hizo en otro de sus libros, cuyo título era La variación de los animales y plantas bajo la domesticación (1868). Y lo repitió en su autobiografía: “El antiguo argumento en torno a la predestinación de la naturaleza según propone Paley, que antaño me parecía tan concluyente, falla ahora que se ha descubierto la ley de la selección natural. No podemos sostener que, por ejemplo, la hermosa charnela de una concha bivalva tenga que haber sido creada por un ser inteligente, al igual que la bisagra de una puerta ha de hacerla el hombre. En la variabilidad de los seres orgánicos y en la acción de la selección natural no parece haber más predestinación que en la dirección en la que sopla el viento. Todo en la naturaleza es el resultado de leyes fijas. Pero he examinado esta cuestión al final de mi libro sobre la Variación de los animales y plantas bajo domesticación y, que yo sepa, el argumento que doy en él no ha sido jamás contestado”.


El juicio que empezó con una oración

Al famoso juicio llegaron periodistas hasta de Hong Kong, y hubo 1.000 asistentes. 300 se quedaron de pie.

El calor era tan insoportable en la sala que se permitió a los hombres estar en camisa. Era un 10 de julio de 1925 y la atención del mundo estaba en Dayton, un pueblecito de Tennessee donde se juzgaba a un joven profesor de biología. Una ley prohibía la enseñanza de la evolución en las escuelas, y el profesor John Thomas Scopes se negaba a dar la versión oficial: que el hombre fue crea­do por Dios, como dice la Biblia. La Asociación de Libertades Civiles Norteamericanas pagó al abogado defensor, Clarence Darrow, quien por entonces tenía 70 años y era el letrado más famoso del país. El fiscal fue un fundamentalista religioso, William Jennings, tres veces candidato a la Presidencia de los EEUU. Los periodistas lo bautizaron como “El juicio del Mono”, y comenzó con el juez pidiendo una oración. En 8 minutos de deliberación, el jurado encontró al profesor culpable, lo multó con 100 dólares y quedó libre. Darrow apeló, pues quería que un tribunal superior considerara inconstitucional la ley antievolución. Dos años más tarde, la Corte del Estado redujo la multa a un dólar y decidió: “No es conveniente prolongar este caso tan extraño”. La ley jamás volvió a aplicarse.

Problemas familiares

El mayor número de estudios realizados, y de “eslabones” fósiles encontrados relacionados con la evolución de las especies, tiene que ver con el hombre. Aunque esto no quiere decir que se conozca por completo. De hecho, el esquema que ofrecemos aquí está discutido en casi todas las especies de antepasados. El debate más reciente surgió cuando encontraron en Kenia fósiles de Homo habilis y de Homo erectus que, según sus descubridores, coexistieron y compartieron hábitat. Añaden que H. erectus no desciende de H. habilis, sino que ambos descienden por separado de un ancestro común. Esta última disputa antropológica muestra que los detalles de nuestro remoto pasado aún son un enigma.





¡Evolucionante!

En el mes de Febrero de este año se cumplen 200 años del natalicio de Charles Darwin, para conmemorarlo lanzamos una serie de artículos relacionado sobre este tema.
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Un conmovedor silencio siguió a la exposición de la teoría sobre el origen de las especies de los británicos Charles Darwin y Alfred Russell Wallace en la Linnean Society de Londres.

La teoría de la evolución biológica se ocupa de tres materias diferentes. La primera es el hecho de la evolución; es decir, que las especies vivas cambian a lo largo del tiempo y están emparentadas entre sí debido a que descienden de antepasados comunes. La segunda materia es la historia de la evolución, o sea, las relaciones particulares de parentesco entre unos organismos y otros; por ejemplo, entre el chimpancé, el hombre y el orangután. La tercera materia se refiere a las causas de la evolución de los organismos. La primera cuestión es la básica, pues si los organismos no evolucionan, la teoría de la evolución no tendría nada que estudiar. Charles Darwin, el fundador de la teoría moderna de la evolución, acumuló evidencias de que los seres vivos son descendientes modificados de antepasados comunes. Y estas evidencias a favor de la evolución han aumentado desde entonces. El origen evolutivo de los organismos es hoy una certeza científica comparable a las de la redondez de la Tierra, la rotación de los planetas alrededor del Sol y la composición molecular de la materia. Este grado de certeza, que va más allá de toda duda razonable, es lo que señalan los biólogos cuando afirman que la evolución es un “hecho”. Lo afirmaba el papa Juan Pablo II en un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias el 22 de octubre de 1996: “El nuevo conocimiento científico nos ha llevado a darnos cuenta de que la teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis. De hecho, es notable que esta teoría haya sido progresivamente aceptada por los investigadores, como consecuencia de una serie de descubrimientos en diversos campos del conocimiento. La convergencia, ni buscada ni fabricada, de los resultados de trabajos llevados a cabo de forma independiente es en sí misma un argumento importante a favor de esta teoría.” Charles Darwin (1809-1882) fue hijo y nieto de médicos. El 27 de diciembre de 1831, unos meses después de su graduación en la Universidad de Cambridge, Darwin zarpó, como naturalista, a bordo del HMS Beagle en un viaje alrededor del mundo que duró hasta octubre de 1836. Con frecuencia desembarcaba largos períodos para recoger especímenes de plantas y animales.

La clave de galápagos
El descubrimiento de huesos fósiles pertenecientes a grandes mamíferos extinguidos en Argentina y la observación de numerosas especies de pájaros pinzones en las Islas Galápagos estimularon su interés en cómo se originan las especies. Estas islas, en el Ecuador, a 900 kilómetros de la costa oeste de Sudamérica, habían sido llamadas Galápagos por los descubridores españoles debido a la abundancia de tortugas gigantes, distintas en diversas islas y diferentes de las conocidas en cualquier otro lugar del mundo. Las tortugas se movían perezosamente, alimentándose de la vegetación y buscando las escasas charcas de agua fresca existentes. Habrían sido vulnerables a los depredadores, pero estos brillaban por su ausencia en las islas. En las Galápagos, Darwin encontró grandes lagartos, que a diferencia de otros ejemplares de su especie se alimentaban de algas y sinsontes, bastante diferentes de los hallados en el continente sudamericano. Los pinzones variaban de una isla a otra en diversas características, notables sus picos distintivos, adaptados para hábitos alimentarios dispares: cascar nueces, sondear en busca de insectos, atrapar gusanos… En 1859, Darwin publicó On the Origin of Species (El origen de las especies), un tratado que expone la teoría de la evolución y, aún más importante, el papel de la selección natural en determinar su curso y explicar el diseño de los organismos. Publicó otros libros en los años siguientes, entre ellos La descendencia humana (1871), que extiende la teoría de la selección natural a la evolución humana. Darwin y otros biólogos del siglo XIX hallaron pruebas convincentes de la evolución biológica en el estudio comparativo de los organismos vivos, en su distribución geográfica y en los restos fósiles de organismos extinguidos. Desde la época de Darwin, la evidencia de estas fuentes se ha vuelto más fuerte y más completa. Disciplinas que han surgido recientemente –la genética, la bioquímica, la ecología, la etología, la neurobiología y, especialmente, la biología molecular– han proporcionado potentes pruebas adicionales. Entre ellas, señalaré más adelante los numerosos descubrimientos de fósiles intermedios entre los humanos modernos y nuestros antepasados simios. Los paleontólogos han recuperado y estudiado los restos fósiles de muchos miles de organismos que vivieron en el pasado. Muestran que muchas clases de organismos extintos poseían formas muy diferentes de las de cualquiera de los ahora vivos. Las sucesiones de organismos manifiestan con el tiempo su transición de una forma a otra. Dos ejemplos importantes son el Archaeopteryx, intermedio entre reptiles y aves, y el Tiktaalik, intermedio entre peces y tetrápodos.


Medio ave, medio reptil

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Un conmovedor silencio siguió a la exposición de la teoría sobre el origen de las especies de los británicos Charles Darwin y Alfred Russell Wallace en la Linnean Society de Londres.

El Archaeopteryx vivió durante el período Jurásico Tardío, hace unos sesenta millones de años, y exhibía una mezcla de rasgos de ave y reptil. Era del tamaño de un cuervo, y comparte muchas características anatómicas con algunos de los dinosaurios bípedos pequeños. El Archaeopteryx tenía plumas, claramente visibles en los fósiles, una calavera parecida a la de las aves y cráneo expandido, grandes cuencas oculares y un pronunciado pico, pero su esqueleto poseía forma de reptil. Los paleontólogos han sabido durante más de un siglo que los tetrápodos (anfibios, reptiles, aves y mamíferos) evolucionaron a partir de un grupo particular de peces, llamados crosopterigios. Y en 2006 fue descubierto Tiktaalik, intermedio casi exacto entre los peces y los tetrápodos (véase el recuadro). Los contemporáneos de Darwin preguntaban: si los seres humanos han evolucionado a partir de antepasados no humanos, ¿dónde está el “eslabón perdido”, la criatura intermedia entre los seres humanos y los simios? Este reto era razonable, pues en tiempos de Darwin no se conocía ningún fósil que pudiera haber sido uno de nuestros antepasados, nuestros parientes más próximos después de que el linaje humano se separó del de los simios. El eslabón perdido ya ha sido encontrado. No uno, sino centenares de restos fósiles de cientos de individuos homínidos se han descubierto desde la época de Darwin, y se siguen descubriendo a un ritmo acelerado. Los fósiles que pertenecen al linaje humano tras su separación de los linajes simios se llaman homínidos. Los fósiles de homínidos más antiguos que se conocen tienen entre 6 y 7 millones de años de antigüedad, proceden de África y son conocidos como Sahelanthropus y Orrorin. Estos antepasados eran predominantemente bípedos, pero tenían cerebros muy pequeños. Otros antepasados nuestros son Ardipithecus, que vivió hace unos 4,4 millones de años, y Australopithecus, un homínido que apareció hace entre 3 y 4 millones de años. El Australopithecus tenía una postura erguida humana, pero una capacidad craneal de menos de 500 gramos, comparable a la del gorila y el chimpancé, un tercio de la de los humanos modernos. Junto con un cráneo mayor, se han encontrado otras características humanas en el Homo habilis –que vivió hace entre 1,5 y 2 millones de años en África y tenía un cráneo de algo más de 600 gramos– y en el Homo erectus, que evolucionó en África hace algo más de 1,8 millones de años y poseía un cráneo que pesaba entre 900 gramos y algo más de un kilo. Poco después de su aparición en África, el Homo erectus se extendió por Europa y Asia, hasta llegar incluso al archipiélago indonesio y a China septentrional. Se han hallado restos fósiles de Homo erectus en África, Java, China, Oriente Medio y Europa. En España se han encontrado fósiles de hace algo más de un millón de años relacionados con Homo erectus. Además de muchos restos de Homo antecessor –que vivía hace varios cientos de miles de años– descubiertos en Atapuerca, en la provincia de Burgos. La transición de Homo erectus a Homo sapiens podría haber empezado hace unos 400.000 años. La especie Homo neanderthalensis apareció en Europa hace más de 200.000 años y persistió hasta hace 30.000. Durante mucho tiempo se ha creído que los neandertales eran antepasados de humanos anatómicamente modernos, pero ahora sabemos con seguridad que fueron una especie diferente de la nuestra. La biología molecular es una disciplina reciente, que surgió cien años después de Darwin, tras el descubrimiento en 1953 de la estructura de doble hélice del ADN, el material químico de la herencia. La biología molecular aporta las pruebas más sólidas de la evolución biológica y hace posible reconstruir la historia evolutiva con tanto detalle y precisión como cualquiera pueda desear.

Conocemos el árbol de la vida
Es posible afirmar hoy que ya no existen lagunas de conocimiento en la historia evolutiva de los organismos vivos. Las principales ramas del árbol de la vida han sido reconstruidas por entero y en muchos detalles. Cada mes se publican más detalles sobre más y más ramas del árbol universal de la vida en montones de artículos científicos. La prácticamente ilimitada información evolutiva codificada en la secuencia de ADN de los organismos vivos permite a los evolucionistas reconstruir todas las relaciones evolutivas que conducen a los organismos actuales, con tanto detalle como se desee. Si se invierten los recursos necesarios (tiempo y gastos de laboratorio), uno puede tener la respuesta a cualquier pregunta, con tanta precisión como se quiera.
El ADN y las proteínas han sido llamados “macromoléculas informacionales” porque son largas moléculas lineales constituidas por secuencias de unidades –nucleótidos en el caso de los ácidos nucleicos, aminoácidos en el caso de las proteínas– que incluyen la información evolutiva. Al comparar la secuencia de los componentes en macromoléculas de dos especies se determina el número de letras (nucleótidos o aminoácidos) que son diferentes. Debido a que la evolución normalmente ocurre cambiando una unidad cada vez, el número de diferencias refleja el grado de parentesco entre las dos especies. Por ejemplo, en los humanos y los chimpancés, la molécula de proteína llamada citocromo c, que desempeña una función vital en la respiración dentro de las células, se compone de los mismos 104 aminoácidos dispuestos exactamente en el mismo orden. Sin embargo, difiere del citocromo c de los monos rhesus por un aminoácido, del de los caballos por 11 aminoácidos adicionales, y del citocromo c del atún por 21 aminoácidos adicionales.

Levaduras, pinos y humanos


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Reconstrucción de un Australopithecus afarensis, uno de los muchos “eslabones encontrados”; antepasado común de hombres y simios.

La autoridad de esta clase de examen es abrumadora: cada uno de los miles de genes y miles de proteínas contenidos en un organismo proporciona un examen independiente de la historia evolutiva de ese organismo. Los estudios evolutivos moleculares poseen tres notables ventajas sobre la paleontología, la anatomía comparada y otras disciplinas clásicas. Una es que la información es fácilmente cuantificable. El número de unidades que son diferentes se establece con facilidad cuando se compara en diferentes organismos la secuencia de unidades para una macromolécula dada. La segunda ventaja es la universalidad. Es posible hacer comparaciones entre muy diversas clases de organismos. La anatomía comparada puede decir muy poco cuando, por ejemplo, se comparan organismos tan distintos como las levaduras, los pinos y los seres humanos, pero numerosas secuencias de ADN y proteínas se pueden comparar en los tres. La tercera ventaja es la multiplicidad. Cada organismo posee miles de genes y proteínas, que en conjunto reflejan la misma historia evolutiva. Si la investigación de un gen o proteína particular no resuelve de forma satisfactoria la relación evolutiva de un conjunto de especies, se pueden investigar genes y proteínas adicionales hasta que el asunto haya sido resuelto.

El desarrollo de la inteligencia
A Darwin se le reconoce, con razón, como el primero en haber acumulado pruebas convincentes de la evolución de los organismos. Pero la contribución más importante de Darwin a la ciencia es su descubrimiento de la selección natural, el proceso fundamental que da cuenta no solo de la evolución de las especies, sino también de sus adaptaciones: por qué existen ojos diseñados para ver, alas para volar y agallas para respirar en el agua. La selección natural trata de las ventajas hereditarias que aumentan la probabilidad de que sus portadores sobrevivan y se reproduzcan mejor que otros organismos. Tales ventajas, por eso, aumentan su frecuencia de generación en generación a costa de alternativas menos ventajosas. Así, las alas de las aves y las agallas de los peces han llegado a ser tan eficientes como lo son ahora. Y así aumentó gradualmente durante los últimos dos millones de años el tamaño del cerebro en nuestros antepasados. Aquellos ancestros más inteligentes que otros tenían más ventajas y dejaban más descendientes. Darwin dedicó gran parte de El origen de las especies a explicar la selección natural. Hoy día esta teoría es muy compleja, con una base matemática avanzada e innumerables observaciones y experimentos de genética, ecología y otras numerosas disciplinas, incluyendo la cibernética, la química y la física. Pero debemos al genio de Darwin el descubrimiento del proceso fundamental que da cuenta de la diversidad de los organismos y de sus adaptaciones, por qué tenemos manos diseñadas para coger, pulmones para respirar y riñones para modular la composición de la sangre.

Entre pez y anfibio

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Este pez tenía aspecto de cocodrilo y una calavera de unos 20 centímetros de longitud. Las aletas pectorales son miembros superiores incipientes, con robustos esqueletos internos, semejantes a los de las ranas, pero bor­dea­dos de bastoncillos córneos en vez de dedos (como los peces). Otros rasgos pisciformes son las pequeñas aletas pélvicas, y arcos branquiales muy desarrollados, que sugieren que el Tiktaalik permanecía la mayor parte del tiempo dentro del agua.

¿Quién lo duda?

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La revista Science publicó esta encuesta, en la que se pedía opinión ante una certeza: “Los seres humanos, tal y como los conocemos, evolucionaron a partir de especies primitivas de animales”.