jueves, 29 de enero de 2009

Elevator 2010: el X-Prize del Ascensor Espacial

¿Por qué viajar al espacio en costosos (e inseguros) transbordadores espaciales si podemos hacerlo en ascensor? Esta es la pregunta que intentan responder en la competencia Space Elevator: 2010, una verdadera carrera en la que se trata de poner en marcha un sistema revolucionario para poner satélites en órbita, sin usar cohetes.



El ascensor espacial, propuesto por Clarke 

Un ascensor espacial es un ingenio propuesto por el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke y la idea es engañosamente simple: solo hay que colocar un peso importante en orbita geoestacionaria, a 36.000 kilómetros de altura sobre el ecuador de la Tierra, y “atarlo” a nuestro planeta mediante una “cuerda” superresistente que hace las veces de “torre” por la que suben y bajan cabinas presurizadas capaces de llevar y traer cargas al espacio. Space Elevator: 2010 es una competencia que desafía a varios equipos de investigación a desarrollar proyectos orientados a la construcción de un ascensor espacial. Está financiada y supervisada por la Spaceward Foundation y Centennial Challenges, de la NASA.  

La idea de esta especie de súper-concurso es la creación de un sistema mecánico que reemplaza a los “anticuados” vectores basados en cohetes de diferentes clases (léase: transbordador espacial, Ariane y demás). Es que a pesar de que cumplen bastante bien con su misión –al fin y al cabo, todos los satélites en órbita han viajado a bordo de alguno de estos dinosaurios- son enormemente costosos, contaminantes y, sobre todo, poco eficientes. Veamos un ejemplo: el transbordador espacial pesa, en el momento del despegue, exactamente 2.041.166 kilogramos. Y la carga útil que puede transportar es de solo 28.803 kilogramos. Es decir, puede transportar solo cargas que representan el 1.4% de su peso. Si fuese un coche, solo podría llevar un pasajero de unos 15 kilos de peso. Este rendimiento casi ridículo es lo que hace tan caro poner en órbita un satélite. Pero si tuviésemos un ascensor que nos dejase a 30.000 kilómetros de altura con todo y paquetes, otra sería la cuestión.

Estamos lejos tener semejante ascensor en funcionamiento


Los expertos calculan que el costo operativo de un ascensor de este tipo seria de solo el 1% del que actualmente representa un viaje en transbordador. Por supuesto, el desafío es enorme: llegar a la órbita geoestacionaria equivale a subir a la terraza de un edificio de unos 12 millones de plantas. Para estimular a las universidades y empresas particulares a buscarle una solución a este problema nació el premio Space Elevator: 2010. 

La Spaceward Foundation proporciona, todos los años, el marco para que las empresas y aficionados demuestren de qué son capaces. Allí se comparan ideas y se ponen a prueba compuestos y componentes que quizás algún día formen parte del primer ascensor espacial. Por ejemplo, el organizador instala una cinta más o menos larga, que pende de una gran grúa, y los participantes deben demostrar cómo sus “cabinas de ascensor” pueden trepar por ella llevando la mayor cantidad de peso posible. La mayoría de los proyectos presentados justamente funcionan de esa manera: una cabina de ascensor que sube y baja por el exterior de un soporte.

Estamos aún lejos de lograr tener semejante ascensor en funcionamiento, pero día a día se hacen avances significativos. Por ejemplo, un equipo de científicos británicos desarrolló una tecnología que es indispensable para el proyecto. En efecto, investigadores pertenecientes a la Universidad de Cambridge construyeron un cable de carbono flexible, liviano e increíblemente fuerte, que tiene el potencial de “expandirse” hasta alcanzar alturas enormes. Este compuesto podría ser la columna vertical del ascensor. La NASA les otorgó un financiamiento de cuatro millones de dólares para que sigan investigando este material.



Uno de los desafíos que deben enfrentar los participantes es lograr que sus modelos a escala sean capaces de trepar una distancia de un kilómetro a una velocidad mínima de 2 metros por segundo. Los mejores resultados hasta la fecha incluyen distancias de sólo 100 metros y velocidades máximas de 1,8 metros por segundo. A 2 metros por segundo, el viaje de 36 mil kilómetros hasta la órbita insumiría unas 5000 horas (más de 208 días), de ahí el interés de la Spaceward Foundation en estimular la construcción de modelos más veloces. El próximo encuentro está previsto para abril y, si gustas, puedes llevar tu modelito. 


Hace unos cuantos meses un equipo de científicos japoneses anunció que habían construido un cable de nanomateriales que era unas 180 veces más resistente que el acero. Era el candidato ideal para dar forma a la columna del ascensor, pero no hemos vuelto a oír hablar de ellos. Si alguno de estos equipos da en el clavo, es posible que el turismo espacial finalmente sea accesible a todo el mundo (y que el ascensor de tu edificio tenga un botón que llegue a la Luna).

Lancelot: El primer perro "comercial" clonado

Un cachorro de labrador de 10 meses, que fue clonado por una empresa californiana llamada BioArts Internacional, se ha convertido en el “primer perro clonado comercialmente en el mundo". El animal fue entregado a sus dueños Edgar y Nina Otto, estadounidenses y residentes en Boca Raton, quienes pagaron 155.000 dólares por esta copia de su viejo perro.

Finalmente el sueño de muchos dueños de perros se ha hecho realidad: si disponen del dinero necesario pueden encargar una copia viva de sus mascotas. Efectivamente, y tal como puede leerse en el parte de prensa de BioArts Internacional, la empresa encargada del servicio de clonación, por unos 120 mil euros ya puedes encargar un clon de tu mascota. Ni siquiera hace falta que esperes a que el original muera, ya que solo hace falta un poco de su material genético para llevar a cabo el “milagro”.

Edgar y Nina Otto son una pareja de Florida que no se resignó a vivir sin su querido perro labrador llamado Lancelot. Los Otto fueron una de las cinco familias que, en Julio de 2008, participaron en un concurso para convertirse en los primeros poseedores de un perro clonado. Lancelot ya estaba muerto en ese momento, pero afortunadamente la pareja había congelado material genético del can (cosa rara, si nos preguntan). En Octubre este material fue implantado a una hembra en Corea del Sur y, el 18 de Noviembre, nació el cachorro. Como resultado de la transacción comercial, los Otto fueron 155 mil dólares más pobres pero recibieron como compensación una pequeña bola de pelos llamada Lancey, que es genéticamente 100% idéntico a Lancelot.



El cachorro ya se encuentra en su casa

“Estamos tan felices de tener al pequeño Lancey por fin en nuestra familia", dijo Nina. "Es que su antecesor significaba mucho para nosotros, y estamos fuera de sí de alegría", agregó. El cachorro ya se encuentra en su casa, donde comparte el jardín con otros nueve perros, diez gatos y seis ovejas (que serán la ruina de la familia, si deciden clonar uno cada vez que se mueren). El responsable del servicio de clonación, Lou Hawthorne, describió al cachorro como un "pequeñito muy vivaz, que mordisquea todo y ya roba cosas". Si todo ha salido bien, el cachorro tendrá una vida normal de unos 12 o 13 años. Además es "totalmente fértil", por lo que podrá tener descendencia.

En realidad, la idea de hacer algo de dinero mediante la clonación de mascotas le vino a Hawthorne hace más de 10 años, en 1997. Las noticias de la oveja Dolly -primera copia genética de un mamífero- ocupaban la primera plana de todos los diarios y Hawthorne, con una gran visión comercial, le compró al equipo de Dolly la licencia mundial para clonar perros y gatos.

En 2004, Hawthorne había puesto en marcha Genetic Savings and Clone, una empresa de biotecnología que fue noticia por clonar gatos a pedido y venderlos por 50.000 dólares. Sin embargo, poco tiempo después quebró porque el procedimiento no era rentable económicamente. En agosto de 2005, el veterinario Hwang Woo Suk, de Corea del Sur, presentó por primera vez un clon de un perro vivo, un afgano llamado Snuppy. A pesar de que Hwang estuvo envuelto en un fraude relacionado con el estudio de células embrionarias humanas, cuyos resultados estaban falsificados, Snuppy era realmente un clon auténtico. Ni lento ni perezoso, Hawthorne y su BioArts Internacional se contactaron con Woo Suk. Ahora, la empresa californiana espera realizar en un laboratorio surcoreano el resto de sus proyectos de clonación.

Arte prehistórico en la India

Dispersas por toda la India hay miles de pinturas rupestres prehistóricas dibujadas en cuevas, bosques y dólmenes. El Centro Nacional de Arte Indira Gandhi acaba de poner en marcha un gran proyecto para estudiarlas. Arqueólogos, artistas, geógrafos, geólogos, historiadores, botánicos y antropólogos participarán en este “proyecto etno-arqueológico”, que no sólo pretende localizar y conservar estas pinturas prehistóricas, sino también descifrar su significado.

La zona de Tamil-Nadu, en el extremo sudeste del país, será uno de los primeros destinos de este equipo multidisciplinar. En esta zona se han identificado más de 80 pinturas diferentes. Algunas parecen contar historias completas de cacerías con niños y perros, escenas de guerra, individuos remando y hombres ataviados con máscaras de pájaro. También se han encontrado figuras geométricas decorativas a base de círculos, triángulos y otros motivos ornamentales.

¿Cuál es el origen del dicho “el que corta el bacalao”?

El modismo “el que corta el bacalao” se utiliza frecuentemente para referirse al sujeto que manda o está al frente de un grupo de personas. El origen de esta expresión se remonta al siglo XVI, cuando el bacalao salado comenzó a adquirir una relevancia comercial en nuestro país, especialmente en Cataluña y el País Vasco. Este pescado vino a sustituir en los hogares españoles a la merluza secada al aire, que empezó a escasear y a ser prohibitiva para las clases más desfavorecidas.



El consumo de bacalao en salazón, procedente de los bancos de El Labrador y Terranova, también se extendió por el Nuevo Mundo. Precisamente, este pescado desecado servía para alimentar a los esclavos que trabajaban en las plantaciones de caña de azúcar de las regiones caribeñas. A la hora de la comida, los trabajadores hacían unas largas filas para recibir el rancho, y era precisamente el capataz el que troceaba el bacalao y lo repartía entre los esclavos. De esta práctica colonial proviene el dicho

Vamos a detectar mentiras

Tardamos más tiempo en decir una mentira que en contar la verdad. Exactamente un 30% más, según acaba de demostrar un equipo de investigadores británicos. Para probarlo han utilizado el test TARA (siglas de Timed Antagonistic Response Alethiometer), que plantea a los sujetos una serie de cuestiones en la pantalla de un ordenador y analiza la velocidad de respuesta con un complejo algoritmo. Los más lentos en contestar son también los más embusteros.

Aiden Gregg, psicólogo de la Universidad de Southampton y creador de TARA, cree que las diferencias en la velocidad de respuesta se deben a que mentir requiere una actividad cognitiva más compleja que ser honestos. Y sugiere que este test podrá reemplazar a los actuales métodos para detectar mentiras que usan los criminalistas. “Los mentirosos habituales ya saben que las personas miran hacia otro lado o se tocan la nariz cuando mienten, por lo que han aprendido a controlar sus movimientos y mirar directamente a los ojos”, explica Gregg. Además está demostrado que los polígrafos, que miden cambios en la presión sanguínea o la temperatura corporal, pueden “acusar” de mentir a muchos inocentes. 

Según los expertos, una persona normal dice tres mentiras en una conversación de diez minutos, a lo que hay que añadir un buen puñado de omisiones, faroles y exageraciones sin importancia. Sin embargo, los interlocutores solo detectan las trolas en un 54% de las ocasiones.

Hacia el cerebro sintético

 Investigadores de la Universidad del Sur de California están dando los primeros pasos hacia el desarrollo de cerebros sintéticos creando neuronas a partir de nanotubos de carbono que imitan algunas funciones cerebrales. 

“En este momento aún no sabemos si crear un cerebro artificial completo será posible” dice la ingeniera Alice Parker. “Puede llevarnos décadas crear algo que se parezca mínimamente al cerebro humano, pero obtener piezas como un sistema de visión artificial o una cóclea sintética que interactúen con un cerebro real podría estar disponible bastante pronto”, vaticina

A diferencia de los programas informáticos (software) que simulan la actividad cerebral, el cerebro sintético estaría formado por hardware que imitaría a las neuronas. Y por lo tanto, cada una de estas células artificiales debería poseer también la compleja plasticidad necesaria para aprender con la experiencia y adaptarse a los cambios en el entorno. 

El segundo reto tiene que ver con el espacio. Si para el año 2022 se construyera un cerebro sintético con la tecnología actual, se necesitarían billones de neuronas artificiales que ocuparían una habitación completa. “Obviamente la tecnología tendrá que reducir su tamaño si queremos usarla en un ser humano o para fabricar un cerebro robótico”, dice Parker. A estas dificultades hay que añadir que el cerebro nunca se apaga, lo que en el terreno de lo sintético supondría un problema de suministro de energía. 

Aunque antes de llegar a todo eso hay que resolver el problema de las conexiones y comunicaciones neuronales. Cada neurona del córtex cerebral está conectada a decenas de miles de compañeras. Se necesitan muchas matemáticas y complejas operaciones computaciones para conseguir que neuronas artificiales de carbono reciban y transmitan señales tal y como sucede en nuestro órgano pensante. 

Parker y sus compañeros han escogido los nanotubos de carbono para sus experimentos porque, gracias a su estructura tridimensional, permite establecer "conexiones en todas las direcciones y planos". Además de que una prótesis de este material orgánico tendría menos peligro de ser rechazada por el cuerpo humano. 

Al margen de los retos tecnológicos, desarrollar un cerebro sintético, o incluso sólo una parte, también plantea cuestiones bioéticas. Por ejemplo, si como apuntan las últimas investigaciones el papel de las emociones en el aprendizaje y el resto de las funciones cerebrales es tan importante, habrá que entender cómo funcionan a nivel molecular.

El sentido del ritmo es innato

Si la música rock le hace vibrar y al oir el tac-pum tac-pum-pum de una batería no puede evitar mover los pies acompasadamente, sepa que no es el único. Los recién nacidos llegan al mundo con una capacidad innata para detectar el ritmo regular, según revela un estudio publicado hoy en la revista PNAS. 

La música, concluyen los autores, es apreciada desde el útero materno, y una vez que nacemos podemos sentir el ritmo incluso mientras dormimos. Para probarlo, el húngaro Istvan Winkler trabajó con 14 niños sanos de 37 a 40 semanas de edad, a quienes les hizo escuchar algunas canciones Rhythm & Blues mientras medía la actividad de su cerebro con electrodos no invasivos. Cuando probó a eliminar algún golpe del ritmo, el investigador y su equipo comprobaron que los pequeños reaccionaban negativamente, detectando una violación de sus expectativas sensoriales. "El sistema auditorio de un bebé funciona del mismo modo que el adulto, haciendo continuamente predicciones”, explica Winkler.

Los resultados indican que la percepción de un sonido rítmico, y posiblemente otros aspectos de la apreciación musical, nos acompañan desde que nacemos, lo que implica que la música podría tener ventajas evolutivas para los seres humanos. Además, si bien el desarrollo del lenguaje tarda mucho, el nuevo estudio confirma que la música es el primer lenguaje que los padres deberían usar para comunicarse con sus hijos.

Breve e intenso el ejercicio es mejor

Para cuidarnos ya no hace falta pasar largas horas en el gimnasio. Lo mejor contra la diabetes y las cardiopatías es el ejercicio breve e intenso durante sólo un par de minutos según una nueva investigación que publica la revista BMC Endocrine Disorders. 

Según James Timmons, responsable del estudio, una rutina corta e intensa de ejercicio, por ejemplo 4 sprints de 30 segundos en una bicicleta estática repetidos tres veces a la semana, podría reducir dramáticamente el riesgo de desarrollar diabetes y enfermedades del corazón. El efecto se debe, asegura, a que este tipo de ejercicio tiene un efecto importante en la capacidad del organismo para procesar azúcar. 



Para determinar el efecto de lo que Timmons llama “intervalos de entrenamiento de alta intensidad” (HIT) en los procesos metabólicos, el científico estudió a 16 hombres sedentarios que llevaron a cabo tres sesiones de ejercicio cada siete días durante dos semanas. Cada sesión consistía en hasta 4 sprints sobre la bicicleta. En cada aceleración los hombres debían ejercitarse lo más rápido posible durante los 30 segundos y tomar unos minutos de descanso absoluto entre cada aceleración. A las dos semanas, el científico afirma que detectó una mejora del 23% en las funciones de la insulina. 

Aunque el estudio fue llevado a cabo con hombres jóvenes, el profesor Timmons cree que esta rutina podría beneficiar a gente de todas las edades y de ambos sexos. 

“Mucha gente dice no tener tiempo de seguir las actuales recomendaciones para ejercitarse (al menos 20 minutos diarios)”, señala el científico. Ahora que ha demostrado que realizando ejercicios musculares intensos pero breves se mejora dramáticamente el metabolismo de la persona en sólo dos semanas lo tenemos mucho más fácil para cuidarnos.

La importancia del nombre

Una vaca con un nombre de pila produce más leche que una sin apodo según acaban de demostrar dos investigadores de la Universidad Newcastle. La clave, explican Catherine Douglas y Peter Rowlinson en la revista Anthrozoos, está en tratar a estos rumiantes de manera individual. “Igual que las personas respondemos mejor al contacto físico, las vacas se sienten más felices y relajadas si se les presta atención una a una”, dice Douglas. Según la investigadora, dando más importancia al individuo, por ejemplo poniendo un nombre a cada vaca e interactuando con el animal mientras crece, no sólo mejoramos su bienestar sino que se consigue incrementar la producción. 

Para demostrarlo, Douglas y Rowlinson estudiaron más de 500 granjas británicas. En un 46% de los casos analizados los granjeros habían puesto un nombre a cada animal. Y los datos revelaron que esas vacas proporcionaban 258 litros más de leche que el resto. “Hemos encontrado un método sencillo y sin costes para mejorar la producción”, concluye Douglas.